15.1.09

Tenia tanto...

Para todas las madres que, en algún momento, de un modo u otro, han perdido un hijo.
Para las que no pudieron concebir o adoptar el hijo soñado.
Para las que le llevaron dentro y no llegaron a conocerle.
Para las que le tuvieron en sus brazos y un día se les marchó.
Para todas ellas esta canción de Nena Daconte que siempre me arranca una lágrima.

"La Ola", el peligro del grupo

En la película alemana “La Ola” que ha estado hace poco en los cines, se plantea un interesante debate sobre la facilidad con que nos vemos arrastrados hacia las sectas, grupos, asociaciones, partidos o similares; y el peligro que encierra cualquier fanatismo para la sociedad y para el individuo. Pero yo, como maestra, deseo ir más allá en el mensaje de la obra y ofrecer un análisis desde el punto de vista educativo.

En un aula muy actual, con gran diversidad de su alumnado, libertad de opinión y bastante individualismo, el profesor instaura una pequeña dictadura que consiste en erigirse en líder de la misma y en formar un grupo de alumnos a través de normas, uniformidad, ideas vagas de grandeza, un nombre y un logo. Al final de la película los niños han perdido su individualidad, sus ideas, su estilo, su libertad… ya viven sólo por y para el grupo, se vuelven radicales y desprecian a los que no pertenecen al grupo. El profesor comienza con pequeñas cosas como la postura, el orden y la disciplina, el respeto hacia él mismo como figura de autoridad superior, el vestuario uniformado y la expulsión de aquellos alumnos que no se doblegan.

Me puso los pelos de punta pensar hasta que punto no intentamos todavía hoy en día en nuestro sistema educativo tratar a los alumnos así, como un todo, una masa a la que modelar y sin opinión propia. Pretendemos que todos aprendan las mismas cosas, independientemente de si les interesan o no. Pretendemos que nos obedezcan y respeten, aunque en ocasiones seamos injustos o no estén de acuerdo, o no les estemos tratando con el mismo respeto. Pretendemos que no destaquen, ni por arriba ni por abajo, que sigan todos el nivel marcado. En muchos colegios incluso visten de uniforme, “para que no se noten las diferencias” dicen algunos; ¿las diferencias son malas? me pregunto yo, ¿o nos enriquecen?

No sé si seguimos aún anclados en un modelo educativo que forma soldados y peones, seguidores de fútbol y votantes fáciles de manipular; o si conseguimos avanzar hacia una sociedad pensante y heterogénea, con individuos que saben buscarse a sí mismos sin necesidad de ídolos ni ideologías, y que saben ayudar al prójimo apreciando sus diferencias como lo que son, un valioso regalo social.

10.1.09

Echando el freno

En un mundo de burocracias y obstáculos, de esperas interminables, y con la idea de que millones de niños huérfanos esperan y necesitan una familia; la adopción se convierte en una carrera desenfrenada, en un objetivo vital por el que luchar. ¿Perdemos la perspectiva por el camino los implicados? ¿Se corresponde nuestro objetivo y nuestra idea con la realidad?

Es muy posible que lleguemos al final del camino sin haber mirado las orillas, incluso sin haber querido ver a pesar de las señales; es posible incluso que una vez cumplido nuestro sueño de ser padres nos topemos con una realidad implacable: papeles falsos, historias que no concuerdan, madres destrozadas al otro lado del charco, familias reales con las que no contábamos, niños que nos rechazan. Puede pasar, o no. También puede pasar que nos atrevamos a mirar por el camino, que nos salgamos de él siguiendo una señal que da miedo, y que descubramos lo que había detrás de los edificios, en el callejón al que nadie se asoma: la realidad de la adopción internacional.
No se trata de casos aislados de corrupción en un país concreto, sino de algo mucho más extenso y complejo. Un desajuste entre lo que los padres piden y las realidades de los menores en adopción. Un desajuste que, aderezado con grandes cantidades de dinero y de pobreza, provoca situaciones variadas que ponen los pelos de punta. Se pueden encontrar publicaciones, información y denuncias por todas partes; es cuestión de buscar y de querer ver.
En la prestigiosa revista internacional Foreing Policy, por ejemplo, se puede leer:

"HIJOS DE LA MENTIRA"

Diciembre-Enero 2009

La adopción internacional parece la solución perfecta para el desequilibrio emocional que padece el mundo: en los países pobres hay bebés sin un hogar; y en los ricos, familias sin bebés. Por desgracia, puede que esos retoños no sean en realidad huérfanos.

Todos conocemos la historia de la adopción internacional: millones de niños y bebés han sido abandonados –en el umbral de una iglesia o en el arcén de una carretera– o han perdido a sus padres a causa del sida, la miseria o la guerra. Estos pequeños se sienten olvidados, viven en orfanatos abarrotados o terminan en la calle, donde les espera un futuro incierto plagado de miseria y carencias. Pero si tienen suerte, unos amorosos padres venidos de muy lejos les sacan del lodo y les dan la oportunidad de disfrutar de una vida mejor. Por desgracia, esta narración es, en gran parte, ficción.
A los occidentales les han vendido el mito de que existe una crisis mundial de huérfanos. Les dicen que millones de niños esperan a familias que les acojan para siempre, que les salven del abandono y los malos tratos. Sin embargo, buena parte de las criaturas adoptadas hoy día no son huérfanas. Sí, cientos de miles precisan hogares donde se les quiera. Pero en la mayoría de los casos, los más necesitados están enfermos, discapacitados o traumatizados, o han cumplido los cinco años. No son los críos sanos que, comprensiblemente, la mayoría de los occidentales desea adoptar. No hay suficientes niños con buena salud para saciar la demanda de adopciones, y sí demasiado dinero moviéndose por el mundo en busca de hijos.
El resultado es que el objetivo de muchas agencias internacionales de adopción no es tanto encontrar hogares para los menores que los necesitan como hallar hijos que ofrecer a las familias occidentales.
Desde mediados de los 90, el número de adopciones internacionales casi se ha duplicado, pasando de 22.200 en 1995 a casi 40.000 en 2006. En 2004, la cifra alcanzó su máximo histórico: más de 45.000 niños de países en desarrollo fueron adoptados por extranjeros. Estados Unidos se lleva a casa a más críos que ningún otro: más de la mitad de la suma global, en los últimos años. [España es el segundo país en volumen total, con un 10%, y el primero en términos relativos junto a Suiza].
¿De dónde proceden todos estos críos? A medida que han florecido las adopciones internacionales han aumentado también las pruebas de que, en muchos países, gran cantidad de bebés están siendo sistemáticamente comprados, obtenidos con coacciones y robados a sus familias biológicas. Cerca de la mitad de las 40 naciones consideradas por el Departamento de Estado de EE UU como principales puntos de origen de las adopciones internacionales durante los últimos 15 años (lugares como Bielorrusia, Brasil, Etiopía, Honduras, Perú y Rumanía) han paralizado las acogidas o, al menos, Estados Unidos las ha vetado por las serias sospechas de corrupción y secuestro de niños. Pero cuando esto sucede, lo que muchas agencias hacen es, sencillamente, trasladar las esperanzas de sus clientes a otro país, el próximo gran proveedor. Esa nación registra, de pronto, un incremento en el número de críos adoptados, hasta que también le cierran las puertas. Por el camino, las adopciones internacionales se han convertido en un mercado espoleado a menudo por sus clientes. Los futuros padres adoptivos de EE UU están dispuestos a pagar a las agencias entre 15.000 y 35.000 dólares (entre 12.000 y 32.000 euros), sin contar gastos de viaje, coste de los visados y otros desembolsos por llevarse un hijo a casa. Los pequeños con necesidades especiales o de mayor edad tienen descuento. Según esas organizaciones, con ese dinero se paga la comisión de las agencias, los salarios y operaciones en el extranjero, los viajes del personal y las donaciones a los orfanatos. Pero los expertos dicen que las tarifas son tan desproporcionadamente altas para el país donde vive el niño que fomentan la corrupción.
Para complicar más las cosas, aunque la adopción internacional se ha convertido en una industria que se mueve por dinero, también está cargada de emociones. Muchas agencias y progenitores adoptivos insisten en que las prácticas inmorales no son sistemáticas, sino trágicos casos aislados. Que detengan a los culpables, dicen, pero que dejen que las buenas adopciones continúen. Sin embargo, si se elimina el incentivo económico, los niños sanos aptos para la adopción desaparecen por completo, salvo en China. Nigel Cantwell, asesor sobre políticas de protección de menores radicado en Ginebra (Suiza), ha comprobado que en Europa del Este y Asia Central se pueden adoptar chiquillos sanos de tres años, e incluso menos, en el propio país de origen. Le pregunté cuántos habría disponibles sin dinero de por medio. “Aventuro una respuesta: cero”, contestó.

EL MITO DE LA OFERTA
La adopción internacional no fue siempre una industria impulsada por la demanda. Hace medio siglo era, sobre todo, una acción humanitaria para niños que habían perdido a sus padres en algún conflicto. En 1955, se extendió la noticia de que Bertha y Henry Holt, una pareja de Oregón (EE UU), había adoptado a ocho huérfanos de guerra coreanos. Desde entonces, la adopción internacional se ha hecho cada vez más popular en Australia, Canadá, Europa y Estados Unidos. Los estadounidenses acogieron a más de 20.000 niños extranjeros en 2006, frente a los 8.987 de 1995. Hoy, Canadá, Francia, Italia, España y EE UU realizan cuatro de cada cinco adopciones internacionales.
Los cambios demográficos occidentales explican la mayor parte del boom. Gracias a la anticoncepción, el aborto y el retraso en la edad de matrimonio, los nacimientos no deseados han bajado en la mayor parte de los países desarrollados. Algunas mujeres que han pospuesto su primer embarazo descubren que la edad se les echa encima; otras tienen problemas de fertilidad desde el principio. Algunas personas adoptan por motivos religiosos; dicen que han sido llamadas para cuidar de los necesitados. En Estados Unidos, otro motivo adicional es la percepción de que la adopción internacional es, de algún modo, más segura –más fiable y con más probabilidades de éxito– que muchas de las que se realizan dentro del país, donde hay un enorme miedo a que la madre biológica cambie de opinión a última hora. Un océano de por medio y la creencia de que los niños sin recursos abundan en los países pobres eliminan ese pavor.
Pero las adopciones internacionales, en realidad, no son menos arriesgadas; simplemente están menos reguladas. Del mismo modo que las empresas deslocalizan industrias a países con leyes laborales débiles y bajos salarios, las adopciones se han externalizado a Estados con poca legislación en la materia. Los padres biológicos pobres y analfabetos del mundo en desarrollo gozan de menos protección que los estadounidenses, sobre todo en países donde el tráfico de personas y la corrupción campan a sus anchas. Y, con demasiada frecuencia, este dato se pasa por alto en el otro lado, el de quienes quieren adoptar.
En realidad, hay muy pocos bebés sanos para adoptar: los huérfanos raras veces son bebés sanos y los bebés sanos casi nunca se quedan huérfanos. “No es cierto que haya grandes cantidades de críos sin hogar acogidos en instituciones o que necesiten de la adopción transnacional”, afirma Alexandra Yuster, asesora sobre protección infantil en Unicef.
Esta afirmación contradice la película que se les ha vendido durante mucho tiempo a los occidentales, a quienes las imágenes de miseria en los países en desarrollo y el interminable flujo de niñas chinas les han convencido de que millones de huérfanos necesitan desesperadamente un hogar. Unicef es, en parte, responsable de esta errónea visión. Las estadísticas de críos internados en instituciones suelen emplearse para justificar la adopción internacional. En 2006, Unicef contabilizó casi 132 millones de huérfanos en el África subsahariana, Asia, América Latina y el Caribe. Pero la definición de huérfano del organismo de Naciones Unidas incluye a los menores que han perdido sólo a uno de sus progenitores, ya sea por abandono o por fallecimiento. Apenas el 10% del total, es decir, 13 millones de ellos, se han quedado sin los dos, y la mayoría de estos últimos viven con sus familias extensas. También son mayores. Según la propia Unicef, el 95% de los huérfanos tiene más de cinco años. En otras palabras, los “millones de huérfanos” declarados por la organización no son bebés sanos condenados a la miseria en una institución si los occidentales no los rescatan. En general, se trata de chiquillos de más edad con familia cercana que necesitaría ayuda financiera.
La excepción es China, cuya política de un único hijo ha dejado una gran cantidad de niñas disponibles para adopción. Pero esta elevada afluencia de hijas no es infinita. Ya hay más extranjeros buscando retoños en el gigante asiático que huérfanas que Pekín desee enviar fuera del país. En 2005, 14.500 menores chinos fueron adoptados por extranjeros; las agencias sostienen que aún hay muchos más clientes esperando. Y llevárselas a casa es cada día más difícil. En 2007, el organismo chino competente redujo de golpe la cuota de niñas que podían enviarse al exterior, posiblemente debido al desequilibrio cada vez mayor entre la población masculina y la femenina, la reducción de la pobreza y los escándalos de tráfico de menores. Los candidatos a adoptar en China son evaluados con dureza en cuanto a su edad, antecedentes matrimoniales, tamaño de la familia, ingresos, salud e incluso peso. Esto significa que si usted es soltero o soltera, gay, tiene sobrepeso, se pasa de edad, no tiene una situación económica muy boyante, toma antidepresivos o ya tiene cuatro hijos, Pekín le descalificará. Incluso los que superan la primera fase de la selección pueden esperar tres o cuatro años hasta terminar todos los trámites. Esto ha llevado a muchos padres a buscar naciones donde se pongan menos trabas, como si todos los países fueran China, pero con normativas menos estrictas.
Uno de ellos es Guatemala, que en 2006 y 2007 fue el segundo exportador de niños a Estados Unidos. Entre 1997 y 2006, el número de guatemaltecos adoptados por estadounidenses se multiplicó más que por cuatro, hasta superar los 4.500 al año. Aunque parezca increíble, en 2006, uno de cada 110 bebés nacidos en ese país fueron adoptados por estadounidenses. En 2007, nueve de cada diez adoptados tenían menos de un año; casi la mitad no había cumplido los seis meses. “Guatemala es un caso perfecto para estudiar cómo las adopciones internacionales se han convertido en un negocio regido por la demanda”, afirma Kelley McCreery Bunkers, ex consultora de Unicef. El proceso de adopciones guatemalteco “fue una industria desarrollada para satisfacer a las familias sin hijos de los países desarrollados”. Debido a que la inmensa mayoría de los menores ingresados en instituciones en Guatemala no están sanos, casi ninguno ha conseguido un hogar extranjero. En otoño de 2007, una encuesta realizada por el Gobierno de Guatemala, Unicef y la agencia para el bienestar y la adopción Servicios Infantiles Internacionales Holt contabilizó 5.600 menores en orfanatos nacionales. De ellos, más de 4.600 tenían cuatro años o más. Menos de 400 eran menores de 12 meses. Y, sin embargo, en 2006 se enviaron cada mes más de 270 bebés guatemaltecos de menos de un año a Estados Unidos. No procedían de las instituciones de acogida: el año pasado, el 89% de esos niños exportados fueron abandonos: bebés cedidos directamente a un abogado que aprobó la adopción internacional –a cambio de unos nada desdeñables honorarios– sin la intervención de un juez o agencia de servicios sociales.
Entonces, ¿de dónde salen algunos de los niños adoptados? Veamos el caso de Ana Escobar, una joven guatemalteca que, en marzo de 2007, denunció a la policía que unos hombres armados la habían encerrado en un armario de la tienda de zapatos de su familia y le habían robado a su hija. Después de buscarla durante 14 meses, Escobar encontró a su pequeña en un centro de acogida, justo unas semanas antes de que la niña fuera entregada a una pareja de Indiana (EE UU). Las pruebas de ADN demostraron que era la hija de Escobar. Un caso similar se produjo en 2006, cuando Raquel Par, otra guatemalteca, denunció que había sido drogada mientras esperaba un autobús en la capital del país, y que cuando despertó, su bebé de cuatro meses había desaparecido. Tres meses después, Par supo que la cría había sido adoptada por una pareja estadounidense. El 1 de enero pasado, Guatemala cerró sus puertas a las solicitudes estadounidenses para que el Gobierno pueda reconstruir el descontrolado proceso de adopciones. Reino Unido, Canadá, Francia, Alemania, Países Bajos y España dejaron de aceptar niños del país centroamericano varios años antes, porque les preocupaba el posible tráfico de menores. Pero aún están tramitándose más de 2.280 peticiones con destino a Estados Unidos, si bien con salvaguardas. De hecho, ya se han encontrado bebés robados entre los pequeños destinados a las familias del Norte. Las autoridades guatemaltecas esperan que aparezcan más.
Guatemala se considera el país con el historial más corrupto en este ámbito. Pero las mismas tendencias preocupantes están surgiendo, en menor escala, en una docena de Estados, incluidos Albania, Camboya, Etiopía, Liberia, Perú y Vietnam. Este patrón sugiere que la oferta de bebés aparece con el objeto de satisfacer la demanda y desaparece cuando el dinero occidental ya no está a mano. Por ejemplo, en diciembre de 2001, el servicio de inmigración estadounidense dejó de tramitar los visados de adopción reclamados desde Camboya, aduciendo pruebas de que los niños se estaban obteniendo ilegalmente, a menudo contra los deseos de los padres. Entonces, fueron adoptados más de 700 menores camboyanos. De los 400 que acabaron en hogares estadounidenses, más de la mitad tenían menos de 12 meses. Pero en 2005, un estudio sobre la población huérfana camboyana encargado por la Agencia Estadounidense para el Desarrollo Internacional (USAID) detectó sólo 132 menores de doce meses en el país, una cifra inferior al número de bebés que hacía pocos años los occidentales acogían cada trimestre.
Incluso en los países con elevada población, como India, quedan pocos críos menores de dos años que necesiten padres extranjeros. La gran clase media india, tanto en el subcontinente como en la diáspora, afronta los mismos problemas de fertilidad de los países desarrollados. Sus integrantes también buscan bebés sanos que adoptar; algunos expertos piensan que esos millones de familias de clase media podrían absorber con facilidad todos los retoños disponibles. La pobreza en India condena a muchos chiquillos a buscarse la vida en las calles. Pero “no hay niños de dos años abandonados”, afirma Cantwell. “Han cumplido cinco o seis, y nadie va a aceptarlos”. Esto se debe, sobre todo, a que la mayoría tienen lazos familiares y, por tanto, no pueden ser adoptados legalmente, pero también, en parte, a que les sería muy difícil adaptarse a un hogar de clase media de Europa o EE UU. Muchos están marcados por los abusos, el crimen y la pobreza, y muy pocas personas están preparadas para acogerlos.
Y cuando los futuros padres adoptivos reciben todos los documentos legales que acreditan que el niño es un huérfano que necesita un hogar... ¿pueden estar seguros de ello? Por desgracia, no es así.

CRÍMENES CONTRA LA INFANCIA
Es sorprendente la facilidad con la que, en ciertos países, se fabrica la historia de un niño pequeño hasta transformarlo en un huérfano. Las madres biológicas son, con frecuencia, pobres, jóvenes, solteras, divorciadas o sin protección familiar. Puede que el crío haya nacido en el seno de una minoría excluida. Y por la cantidad adecuada, cualquiera puede separarlos de sus vulnerables familias y convertirlos en huérfanos de papel que serán objeto de una lucrativa exportación.
Algunos de estos falsos huérfanos se encuentran en instituciones que los occidentales llaman orfanatos, pero estos establecimientos a menudo funcionan en realidad como internados para niños simplemente pobres. Muchos están en esos lugares sólo de manera temporal, buscando comida, refugio y educación mientras sus padres no pueden ocuparse de ellos, ya sea por enfermedad o por miseria. Un gran número de familias visitan a sus hijos, o incluso se los llevan a casa los fines de semana, hasta que pueden volver para siempre. En 2005, cuando el Orfanato Hannah B. Williams de Monrovia (Liberia) fue clausurado por las terribles condiciones de vida de los internos, 89 de los 102 supuestos huérfanos regresaron a sus hogares. En ocasiones, directores con pocos escrúpulos, funcionarios locales u otros intermediarios convencen a familias analfabetas para que firmen documentos en los que renuncian a sus hijos, que son entregados en adopción en el extranjero y nunca vuelven a ver a sus desolados familiares.
También se utilizan otros métodos de similar vileza. Las agencias occidentales suelen contratar a terceros dentro del país –en ocasiones, directores de orfanato; otras veces, intermediarios independientes– a quienes pagan una determinada suma por cada crío sano adoptado. Estos facilitadores, a su vez, contratan a otras personas para que busquen niños, ofreciendo a menudo remuneraciones muy superiores a las del mercado local. La promesa de estos emolumentos supone un gran incentivo económico. En Guatemala, un país con una renta per cápita de 4.700 dólares al año, estos conseguidores de niños podían ganar entre 6.000 y 8.000 dólares por cada pequeño apto para la adopción que localizaban. En muchos casos, pagaban a las familias pobres a cambio de sus hijos. Un informe de mayo de 2007 sobre el tráfico en las adopciones realizado por la Conferencia de La Haya sobre Derecho Privado Internacional sostenía que algunas familias guatemaltecas recibían entre 300 dólares y varios miles por niño. En algunas ocasiones, los profesionales sanitarios también están involucrados. En Vietnam, por ejemplo, pueden obtenerse unos 50 dólares por conseguir un niño, el salario de un mes de un enfermero. Algunos de ellos, y también médicos, coaccionan a las madres para que entreguen a sus recién nacidos en adopción como alternativa al pago de facturas de hospital infladas de la forma más brutal. A las analfabetas las obligan a firmar documentos que no saben leer. En agosto de 2008, el Departamento de Estado de EE UU emitió una alerta avisando de que los certificados de nacimiento del Hospital Tu Du de la ciudad de Ho Chi Minh –que había declarado 200 nacimientos al día y una media de tres abandonos por cada 100– no eran “fiables”. La mayoría de los recién nacidos abandonados allí eran trasladados al orfanato de Tam Binh, en la misma ciudad. En esta institución estaba el niño vietnamita que ha adoptado Angelina Jolie. Según Linh Song, directora ejecutiva de Ethica, una organización sin ánimo de lucro dedicada a promover la adopción ética, el jefe de obstetricia de un hospital provincial le dijo en 2007 que “había entregado a 10 bebés de minorías étnicas a un orfanato a cambio de una incubadora”.
Para facilitar el proceso, se puede sobornar a funcionarios de los países de origen para que creen documentos de identidad falsos. Los consulados de las naciones de destino aceptan, en general, cualquier informe. Si una embajada percibe señales preocupantes –como un incremento súbito de niños sanos procedentes de ciertos orfanatos o una provincia que envía un número sospechosamente elevado de bebés cuyos documentos se parecen demasiado–, puede que lo investigue. Pero lo normal es que los funcionarios no quieran dificultar las adopciones de críos que sí las necesitan ni poner palos en las ruedas a las personas que desean un hijo. Sin embargo, muchos de ellos piensan que las adopciones que pasan por sus despachos son demasiadas. “Creo con firmeza en la adopción transnacional”, afirma Katherine Monahan, una funcionaria del Departamento de Estado de EE UU que ha supervisado montones de adopciones de niños de todo el mundo para ciudadanos de su país. “[Pero] me preocupa que muchos niños podrían haber permanecido con sus familias si hubiéramos sido capaces de ofrecerles un poco de ayuda económica”, agrega. Otro funcionario de EE UU me dijo que cuando se preguntó al personal de una embajada de un país que ha enviado más de mil niños al extranjero el año pasado qué visados les generaban dudas, respondieron: “Casi todos”.
Es posible que la mayoría de los occidentales que tienen relación con agencias internacionales digan la verdad cuando alegan desconocer que se realicen prácticas poco éticas o in??aceptables. Es mejor para ellos no saber nada. A Lauryn Galindo, una ex bailarina de Estados Unidos, la ignorancia premeditada le permitió ganar más de nueve millones de dólares a lo largo de varios años en comisiones por la adopción de camboyanos. Entre 1997 y 2001, los estadounidenses adoptaron 1.230 menores de Camboya; Galindo ha declarado que participó en 800 (se ha publicado que fue ella quien llevó al hijo camboyano de Jolie al rodaje de una película de la actriz en África). Pero en un proceso que comenzó en 2002 y que se prolongó dos años, los investigadores de EE UU testificaron que la ex bailarina pagó a ojeadores para que consiguieran niños comprándolos, robándolos, obligando a sus familias o engañándolas, y que conspiró para crear documentos falsos para los chiquillos. Galindo acabó pasando un tiempo en una prisión de EE UU por fraude en visados y lavado de dinero, pero no por tráfico de personas. “Puedes comprar menores por todo el mundo sin terminar en la cárcel si eres ciudadano estadounidense”, dice Richard Cross, agente especial de Inmigración y Aduanas que investigó el caso de Galindo. “No es un delito”.

LA MANO QUE MECE LA CUNA
La mayoría de los padres no querrían comprar un niño en el extranjero. Entonces, ¿cómo puede impedirse? Con el incremento de las adopciones internacionales durante la pasada década ha fracasado la estrategia de vetar a determinados países: lo que se consigue es que los padres trasladen sus esperanzas (y su dinero) a otro destino. Las agencias que sacan beneficio de las adopciones parecen desconocer de forma consciente cómo sus comisiones fomentan la corrupción.
Algunas naciones han mantenido la legalidad y transparencia del proceso casi desde el principio y su modelo es muy instructivo. En Tailandia, por ejemplo, un organismo gubernamental aconseja a las madres biológicas y ofrece apoyo económico y social a las familias para que la pobreza no se convierta en una razón para abandonar a un niño. Paraguay y Rumanía reformaron sus respectivos sistemas de adopción después de una época turbia en los 90. Pero estos cambios implicaron el cese casi total de los procesos. En 1994, Paraguay envió 483 niños a EE UU; el año pasado no mandó ninguno.
La mayor esperanza para lograr una solución más global puede estar en el Convenio de La Haya sobre adopciones internacionales, un acuerdo internacional cuyo objetivo es impedir el tráfico infantil en los procesos de adopción. El 1 de abril de 2008, Estados Unidos firmó el convenio, que tiene otros 75 signatarios [España, entre ellos]. En Estados miembros como Albania, Bulgaria, Colombia y Filipinas, se han introducido reformas para hacer compatible la adopción con el acuerdo multilateral, incluida la creación de un organismo en la Administración central que vigile el bienestar de los niños, que asegure que primero se les intenta enviar con sus familias extensas y sus comunidades y que limite el número de agencias de adopción internacional autorizadas para trabajar en el país. El resultado, según los expertos, ha sido una reducción brusca de las compras de críos, el fraude, la coacción y los secuestros en este ámbito.

Pero ningún tratado internacional es perfecto y la Convención de La Haya no es una excepción. Muchos de los países que envían niños a Occidente, incluidos Etiopía, Rusia, Corea del Sur, Ucrania y Vietnam, aún no la han firmado. Tal vez si se aplicasen normas más eficaces y más globales podría ponerse coto a las sumas de dinero que cambian de manos. Las comisiones por crío podrían prohibirse. Los pagos podrían recortarse y permitir sólo las facturas por cuidados médicos, comida y ropa para los pequeños. “Si no se controla el dinero, no puede eliminarse la corrupción”, dice Thomas DiFilippo, presidente del Consejo Conjunto de Servicios Infantiles Internacionales, un organismo que representa a más de doscientas organizaciones de adopciones. “Si nos dotamos de las mejores leyes y reglamentaciones y aun así enviamos 20.000 dólares a no importa dónde...; bueno, con dinero se puede sortear cualquier sistema”, afirma.
El endurecimiento de la legislación no protegería sólo a los niños adoptados y a sus familias biológicas, sino también a sus consumidores: los futuros padres. Adoptar un hijo –como traerlo al mundo– es una experiencia intensa; puede ser traumático descubrir que un chiquillo que se creía huérfano no lo es. Un estadounidense que adoptó una niña en Camboya en 2002 se echó a llorar al relatar su experiencia en una comisión sobre la ética en las adopciones, en 2007: “Me dijeron que era huérfana; un año después de acogerla, cuando todavía no hablaba bien inglés, me habló de sus padres y sus hermanos”, explicó.
Si no reconocemos que, tras la apariencia altruista, la adopción internacional se ha convertido en un negocio –a menudo lucrativo y a veces corrupto–, muchas más adopciones tendrán un final desgraciado. Si no se piden cuentas a las agencias, no podrá evitarse que nuevos niños sean separados ilegalmente de sus familias. Y si las personas que desean tener hijos no demandan más reformas, los padres continuarán financiando –a sabiendas o no– estas fechorías. “A los crédulos occidentales, que quieren hacer pensar que están salvando críos, se les engaña con facilidad para que acepten blanquear a un niño”, escribe David Smolin, catedrático de Derecho y promotor de la reforma de la adopción internacional. “Porque no hay peor imbécil que el que quiere que le tomen por imbécil”.


La conclusión que nosotros sacamos es: “Cuidado con este camino de la adopción que, además de largo y costoso, está lleno de mentiras. Informaros y, sobretodo, caminar despacio.

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