26.6.08

¿Qué será que no llegas?

Estarás esperando
que un puñado de estrellas te vaya a buscar;
o estarás atascad@
en el borde del cielo y no puedes saltar.

No sé, no sé…

Estarás confundid@
y no sabes la ruta que viene hasta aquí;
o será, simplemente,
que no quieres venir…

¿Qué será que no llegas?
Este es mundo es ya duro y más duro sin ti.
¿Qué será? ¿Por qué tardas?
¿Por qué pasan los años y no estás aquí?

Corre, salta, despega,
dale cura a este amor que no sabe morir.
No me niegues la risa,
tócame con las alas, milagro de abril.

Has venido mil veces
entre sueños te he visto jugar por aquí.
Pero igual que los peces
al tratar de tocarte te alejas de mí.

¿Por qué? ¿Por qué?...

No será que te escondes,
porque tu corazón desconfía de mí.
O será simplemente
que no quieres venir…

¿Qué será que no llegas?
Suelta al fin las amarras y ven hasta aquí­.
Deja de ser poema
y transfórmate en carne, semilla y candil.

Corre, salta, despega,
dale cura a este amor que no sabe morir.
No me niegues la risa,
tócame con las alas, milagro de abril.

(Canción "Milagro de abril", de Alberto Plaza)

De todas las cosas que he podido vivir, unas de las más difíciles es esperar la llegada de un hij@. Esperar por un embarazo que no llega, esperar por una adopción que parece no avanzar nunca, los días eternos, las noches de sueños, la ansiedad en el corazón, la tristeza más absoluta con las malas noticias, agarrarse a la efímera esperanza como a un salvavidas...
Por eso, esta canción la dedico a todos los padres que esperan por un hij@,
...y a todos los hij@s que esperan por unos padres.

22.6.08

Mi abuela me cuenta que...

Mi abuela me cuenta que, cuando era pequeña, las mujeres apenas tenían derechos o, si los tenían, sólo estaban sobre el papel pero no en los hogares. Las mujeres en esos tiempos no podían opinar sobre nada, y si lo hacían, eran consideradas maleducadas. Debían obediencia y respeto a sus maridos, sin excepción. Era común que los maridos ignorasen a sus esposas, que las humillasen con frases despectivas o hablando de ellas en tercera persona en su presencia, como si no estuviesen delante. Parecía que las mujeres eran menos personas que los hombres, seres inferiores.

Era común incluso que las mujeres fuesen golpeadas por sus maridos, si no siempre, de vez en cuando al menos. Llegó un tiempo en que dejó de estar bien visto que los hombres propinasen severas palizas a sus esposas, aunque si eso ocurría, se miraba a esa mujer con lástima y todo el mundo callaba. Lo que desde luego estaba permitido en un hogar, y además era necesario, era que el marido “corrigiese” los errores de su esposa, sus desobediencias, con algún que otro tortazo. El marido que nunca pegaba a su mujer, que la dejaba opinar, que la respetaba fuese como fuese, era un “calzonazos” que no sabía mantener a su mujer en el lugar que le correspondía; los otros hombres le decían que tenía que poner a su mujer en su sitio, que si no algún día se iba a arrepentir de no haberle dado un tortazo a tiempo.

Poco a poco, afortunadamente, los que un día fueron “calzonazos” pasaron a ser considerados “buenos maridos”. Poco a poco los derechos de las mujeres se hicieron valer y pasaron a merecer un trato igualitario. No hace mucho, después de amplios debates sociales, salió la Ley de Violencia de Género, y desde entonces se protege con todos los recursos disponibles a aquellas mujeres que aún sufren la violencia del hombre. Es una suerte que la sociedad avance, sobre todo para mí, que soy mujer.

Algún día, espero, mi nieta podrá escribir…

“Mi abuela me cuenta que, cuando era pequeña, los niños apenas tenían derechos o, si los tenían, sólo estaban sobre el papel pero no en los hogares. Los niños en esos tiempos no podían opinar sobre nada, y si lo hacían, eran considerados maleducados. Debían obediencia y respeto a sus mayores, sin excepción. Era común que los padres ignorasen a sus hijos, que les humillasen con frases despectivas o hablando de ellos en tercera persona en su presencia, como si no estuviesen delante. Parecía que los niños eran menos personas que los adultos, seres inferiores.

Era común incluso que los niños fuesen golpeados por sus padres, si no siempre, de vez en cuando al menos. Llegó un tiempo en que dejó de estar bien visto que los padres propinasen severas palizas a sus hijos, aunque si eso ocurría, se miraba a ese niño/a con lástima y todo el mundo callaba. Lo que desde luego estaba permitido en un hogar, y además era necesario, era que el adulto “corrigiese” los errores de su hijo/a, sus desobediencias, con algún que otro tortazo. El padre que nunca pegaba a su hijo, que le dejaba opinar, que le respetaba fuese como fuese, era un “malcriador” que no sabía mantener a su hijo en el lugar que le correspondía; los otros adultos le decían que tenía que poner a su hijo en su sitio, que si no algún día se iba a arrepentir de no haberle dado un tortazo a tiempo.

Poco a poco, afortunadamente, los que un día fueron “malcriadores” pasaron a ser considerados “buenos padres”. Poco a poco los derechos de los niños se hicieron valer y pasaron a merecer un trato igualitario. No hace mucho, después de amplios debates sociales, salió la Ley de Violencia Generacional, y desde entonces se protege con todos los recursos disponibles a aquellos niños que aún sufren la violencia del adulto. Es una suerte que la sociedad avance, sobre todo para mí, que soy niña.”

20.6.08

Carta a mi matrona

Cuando acuda a ti,
infórmame.
La información es la clave,
y no debo encontrarla fuera,
tú eres la profesional que me prepara para el parto.

Tú que serás mi amiga,
no me enseñes a respirar y empujar.
Enséñame a ser yo,
a conectar con mi instinto,
a dejarme llevar por los impulsos de mi cuerpo.

Cuando acuda a ti,
no me prepares para aguantar, para callar, para soportar.
Prepárame para elegir,
para la libertad,
por encima de mis miedos y limitaciones.

Tú que serás mi madre,
no me prepares para contar minutos ni horas,
ni centímetros de dilatación.
Prepárame para escuchar mi cuerpo,
para reconocer cada paso, para hablar con mi bebé.

Cuando acuda a ti,
no me prepares para confiar en el poder de la medicina.
Enséñame a confiar en mi propio poder,
en mi fuerza inigualable de mujer,
en la capacidad de mi cuerpo para encontrar el alivio.

Tú que serás mi apoyo,
no me prepares para aceptar mi propia mutilación.
Enséñame a respetar
el tiempo que mi bebé necesita para nacer,
el tiempo que mi vagina necesita para acompañarle en ese camino.

Cuando acuda a ti,
no me prepares para delegar en ti,
porque entonces,
tú serás la responsable de lo que pase.
Prepárame para tomar las riendas, para decidir,
dame el poder y, con él,
la responsabilidad de mi parto.

Tú que alumbras a quien alumbra,
dime que en mí están la fuerza y el poder
necesarios para dar la vida.
Dime que estarás ahí,
por si te necesito,
pero que no te necesito.

Cuando acuda a ti,
sé mi amiga, mi madre, mi apoyo, mi luz.
Sé quien preserve el milagro del nacimiento
de cualquier intervención innecesaria.
Sé mi matrona.

Transporte Escolar

Cuando voy por la carretera y veo un cartel de transporte escolar siempre me invade la ansiedad. No puedo pensar en nada más delicado, más importante, más valioso… que un autobús lleno de niños. A veces se ven transportes especiales que llevan una furgoneta con luces conduciendo delante y otra por detrás, esos transportes van muy despacito, llevan algo especial y lo tratan con sumo cuidado, las luces avisan a todo el que se arrima, ¡cuidado, transporte especial! Me gusta imaginar que ese transporte escolar que veo también conduce muy despacito, que también lleva una furgoneta con luces que le dice a todo el mundo ¡cuidado! ¿Acaso puede haber algo más especial que transportar?
Pero desgraciadamente no es así.

Resulta que los autobuses escolares sólo tienen que viajar 10 km/h por debajo de la velocidad normal.
Además, los transportistas de mercancías peligrosas, tienen que realizar un curso aparte que les permita llevar algo tan delicado; los conductores de autobuses escolares no requieren ningún curso de formación.
Para colmo, algunas grandes empresas de autobuses tienen a sus conductores trabajando a tres turnos (mañana, tarde y noche) que van rotando, con lo que a veces, el conductor que ha hecho turno de noche tiene que empalmar con un turno de mañana. Así que (aunque sea una excepción) puede ocurrir que una persona esté llevando a un montón de niños en un autobús a las 2 de mediodía después de 15 horas conduciendo.
La ley dice que no se puede utilizar un autobús para transporte escolar pasados los 16 años de uso. Las grandes empresas invierten en nuevos autobuses y les parece más rentable explotarlos al máximo durante 4 años con transporte regular de viajeros y con excursiones (que vende más de cara al público). Una vez que el autobús está para el arrastre, es cuando lo destinan al transporte escolar, hasta que ya la ley no se lo permite.
Los autobuses destinados al transporte escolar, en su normativa específica, no tienen que tener sistemas de retención infantil, ni elementos especiales que los hagan más seguros para los niños. Sólo se les exige, recientemente, que no haya 3 niños ocupando 2 asientos.
Sería bonito que el transporte escolar fuese tratado como algo digno del máximo cuidado, como lo que es. Pero desgraciadamente no es así. Por eso cuando voy por la carretera y veo un cartel de transporte escolar siempre me invade la ansiedad.

17.6.08

La educación de los niños

Hacia tiempo que no leia algo tan hermoso y cierto a la vez. Este artículo de El País del día 15, simplifica al máximo lo que en su revelador libro Bésame Mucho trata de explicar Carlos Gonzalez, que los niños necesitan amor y comprensión, por encima de todo, y todo lo demás, sólo sirve para hacerlos y hacernos más infelices.

[En una ocasión, Fabricio Caivano, el fundador de Cuadernos de Pedagogía, le preguntó a Gabriel García Márquez acerca de la educación de los niños. "Lo único importante, le contestó el autor de Cien años de soledad, es encontrar el juguete que llevan dentro". Cada niño llevaría uno distinto y todo consistiría en descubrir cuál era y ponerse a jugar con él. García Márquez había sido un estudiante bastante desastroso hasta que un maestro se dio cuenta de su amor por la lectura y, a partir de entonces, todo fue miel sobre hojuelas, pues ese juguete eran las palabras. Es una idea que vincula la educación con el juego. Según ella, educar consistiría en encontrar el tipo de juego que debemos jugar con cada niño, ese juego en que está implicado su propio ser.

Pero hablar de juego es hablar de disfrute, y una idea así reivindica la felicidad y el amor como base de la educación. Un niño feliz no sólo es más alegre y tranquilo, sino que es más susceptible de ser educado, porque la felicidad le hace creer que el mundo no es un lugar sombrío, hecho sólo para su mal, sino un lugar en el que merece la pena estar, por extraño que pueda parecer muchas veces. Y no creo que haya una manera mejor de educar a un niño que hacer que se sienta querido. Y el amor es básicamente tratar de ponerse en su lugar. Querer saber lo que los niños son. No es una tarea sencilla, al menos para muchos adultos. Por eso prefiero a los padres consentidores que a los que se empeñan en decirles en todo momento a sus hijos lo que deben hacer, o a los que no se preocupan para nada de ellos. Consentir significa mimar, ser indulgente, pero también, otorgar, obligarse. Querer para el que amamos el bien. Tiene sus peligros, pero creo que éstos son menos letales que los peligros del rigor o de la indiferencia.
Y hay adultos que tienen el maravilloso don de saber ponerse en el lugar de los niños. Ese don es un regalo del amor. Basta con amar a alguien para desear conocerle y querer acercase a su mundo. Y la habilidad en tratar a los niños sólo puede provenir de haber visitado el lugar en que éstos suelen vivir. Ese lugar no se parece al nuestro, y por eso tantos adultos se equivocan al pedir a los pequeños cosas que no están en condiciones de hacer. ¿Pediríamos a un pájaro que dejara de volar, a un monito que no se subiera a los árboles, a una abeja que no se fuera en busca de las flores? No, no se lo pediríamos, porque no está en su naturaleza el obedecernos. Y los niños están locos, como lo están todos los que viven al comienzo de algo. Una vida tocada por la locura es una vida abierta a nuevos principios, y por eso debe ser vigilada y querida. Y hay adultos que no sólo entienden esa locura de los niños, sino quese deleitan con ella. San Agustín distinguía entre usar y disfrutar. Usábamos de las cosas del mundo, disfrutábamos de nuestro diálogo con la divinidad. Educar es distinto a adiestrar. Educar es dar vida, comprender que el dios del santo se esconde en la realidad, sobre todo en los niños.
En El guardián entre el centeno, el muchacho protagonista se imagina un campo donde juegan los niños y dice que es eso lo que le gustaría ser, alguien que escondido entre el centeno los vigila en sus juegos. El campo está al lado de un abismo, y su tarea es evitar que los niños puedan acercarse más de la cuenta y caerse. "En cuanto empiezan a correr sin mirar adónde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos". El protagonista de la novela de Salinger no les dice que se alejen de allí, no se opone a que jueguen en el centeno. Entiende que ésa es su naturaleza, y sólo se ocupa de vigilarlos, y acudir cuando se exponen más de lo tolerable al peligro. Vigilar no se opone a consentir, sólo consiste en corregir un poco nuestra locura.
Creo que los padres que de verdad aman a sus hijos, que están contentos con que hayan nacido, y que disfrutan con su compañía, lo tienen casi todo hecho. Sólo tienen que ser un poco precavidos, y combatir los excesos de su amor. No es difícil, pues los efectos de esos excesos son mucho menos graves que los de la indiferencia o el desprecio. El niño amado siempre tendrá más recursos para enfrentarse a los problemas de la vida que el que no lo ha sido nunca.
En su reciente libro de memorias, Esther Tusquets nos cuenta que el problema de su vida fue no sentirse suficientemente amada por su madre. Ella piensa que el niño que se siente querido de pequeño puede con todo. "Yo no me sentí querida y me he pasado toda la vida mendigando amor. Una pesadez". Pero la mejor defensa de esta educación del amor que he leído en estos últimos tiempos se encuentra en el libro del colombiano Héctor Abad Faciolince, El olvido que seremos. Es un libro sobre el misterio de la bondad, en el que puede leerse una frase que debería aparecer en la puerta de todas las escuelas: "El mejor método de educación es la felicidad". "Mi papá siempre pensó -escribe Faciolince-, y yo le creo y lo imito, que mimar a los hijos es el mejor sistema educativo". Y unas líneas más abajo añade: "Ahora pienso que la única receta para poder soportar lo dura que es la vida al cabo de los años, es haber recibido en la infancia mucho amor de los padres. Sin ese amor exagerado que me dio mi papá, yo hubiera sido mucho menos feliz".
Los hermanos Grimm son especialistas en buenos comienzos, y el de Caperucita Roja es uno de los más hermosos de todos. "Érase una vez una pequeña y dulce muchachita que en cuanto se la veía se la amaba. Pero sobre todo la quería su abuela, que no sabía qué darle a la niña. Un buen día le regaló una caperucita de terciopelo rojo, y como le sentaba muy bien y no quería llevar otra cosa, la llamaron Caperucita Roja". Una niña a los que todos miman, y a la que su abuela, que la ama sin medida, regala una caperuza de terciopelo rojo. Una caperuza que le sentaba tan bien que no quería llevar otra cosa. Siempre que veo en revistas o reportajes los rostros de tantos niños abandonados o maltratados, me acuerdo de este cuento y me digo que todos los niños del mundo deberían llevar una caperuza así, aunque luego algún aguafiestas pudiera acusar a sus padres de mimarles en exceso. Esa caperuza es la prueba de su felicidad, de que son queridos con locura por alguien, y lo verdaderamente peligroso es que vayan por el mundo sin ella. "Si quieres que tu hijo sea bueno -escribió Héctor Abad Gómez, el padre tan amado de Faciolince-, hazlo feliz, si quieres que sea mejor, hazlo más feliz. Los hacemos felices para que sean buenos y para que luego su bondad aumente su felicidad".
(Gustavo Martín Garzo, escritor)]

14.6.08

Entre el perro y el gato, la gallina...


Picoteaba un día una gallina
entre unos desperdicios de cocina
cuando le sobrevino un deseo urgente
de alzar la vista al frente
y caminar con paso vacilante
(el cuello para atrás y para adelante)
hacia un montón de paja allí dispuesto.
Cacarea, se sienta, se menea,
pica, repica, suplica, tuerce el gesto,
se levanta, se vuelve, cacarea,
puja, empuja, apretuja y pone un huevo.

Un gato, que de todo fue testigo
(aunque el suceso no era nada nuevo)
reflexiona, lamiéndose el ombligo:
"A las puertas del siglo XXI,
¡y que aún pongan los huevos de uno en uno!
"No alcanza a comprender su alma felina
que una simple gallina,
no sabiendo de ciencia, ni de oficio,
sin el auxilio de gente preparada,
ni acceso al beneficio
de la moderna técnica avanzada
esté a poner un huevo autorizada.

Se acerca el gato a un perro que dormita
al sol junto al corral
y al oído unas frases le musita
en tono coloquial:
"¿Se ha fijado, colega
en cómo pone la gallina, ciega
al peligro, sin método ni nada?
Hemos de poner fin a un sufrimiento
que hace de las gallinas instrumento
de la naturaleza desatada."

"Tiene razón", responde el aludido,
"que es la puesta una empresa complicada
para hacerla en un nido.
Hay que abrir un centro veterinario,
a modo de huevario,
en el que sea la puesta controlada
y el huevo por expertos atendido."

Buscar deciden, pues, a la gallina
que a la puesta parezca más cercana,
y resulta ser tal la Serafina.
El gato le pregunta: "Dime, hermana,
¿no notas de algún huevo la venida?"
"Nada noto" — "¡Es puesta retenida!"
"Hemos de proceder sin dilación.
Estírate para la exploración."
"¿Me siento así?" — "¡No, tonta, boca arriba!"
Procede a desplumar el perineo
(¡qué vergüenza!). "Colega, ya lo veo.
Con una lavativa
y una infusión de hormonas adecuada
habremos de inducir ahora la puesta;
y una vez dilatada,
hacer palanca con una cuchara
y recoger el huevo en una cesta."
(Hubo de dar el gato una tajada,
porque, si no, no entraba la cuchara.)

Ya se extiende la voz: ¡Por fin la ciencia
da respuesta a este problema diario!
Las gallinas, con suma diligencia
acuden al huevario.
Y es fama que de ciento que allí ponen
son las cien boca arriba desplumadas
las noventa tajadas,
las cincuenta inducidas, cuarenta
instrumentadas, y algo más de treinta
salen con un buen corte en la barriga.
Tan sólo una recela: nuestra amiga
que iniciaba esta historia.
Porque es gallina vieja, que ya ha puesto
mucho huevo en la vida, y todo esto
le huele más a esclavitud que a gloria.

¿No ha de tener mi cuento moraleja?
Hela aquí: Mujer, no seas gallina,
y si lo eres, sé gallina vieja.
Pregunta al que entusiasta te aconseja
métodos tan científicos y nuevos.
"¿Ayudas tú en verdad a la gallina,
o sólo vienes a tocar los huevos?"

(Dr. Carlos Gonzalez)

6.6.08

LA ATENCIÓN A LA INFANCIA EN NUESTRO SISTEMA SANITARIO

Aunque sea largo de contar, quiero compartir mi experiencia hospitalaria como madre, con la esperanza de que mi relato sirva para que los padres y madres reclamen sus derechos y sobretodo, para que el personal sanitario se cuestione sus procedimientos. Este relato no es un ataque a nadie, creo firmemente que existe un silencio perjudicial por parte de los pacientes, que impide un sano feed-back comunicativo mediante el cual, los profesionales pueden aprender cómo son vividas sus prácticas y mejorar. Mi intención es romper el silencio.

EPISODIO 1

Mi hija tiene 10 meses y vomita sin parar. Acudimos al hospital de Avilés donde la ingresan. Subo a la habitación con la niña, estoy sola, viene una enfermera y me la quita de los brazos: “A llorar un poco”, dice, y se va, dejándome allí paralizada, dolida, sin saber qué hacer. Llega mi marido enseguida y me pregunta por la niña, “Se la han llevado para el análisis de sangre” y se lo cuento todo. Mi marido se enfada, quiere acompañar a la niña, y va hasta la sala contigua donde se oye a mi hija llorar, le echan argumentando que “aquí no pueden entrar los padres” y cierran la puerta con cerrojo. No podemos hacer nada. Es nuestra primera estancia en el hospital como padres y no podemos creer que esté pasando algo así. Durante más de 10 eternos minutos podemos oír a nuestra hija llorar como nunca, desconsolada, sola, enferma, al otro lado de la puerta cerrada, sufre y no podemos darle la mano, ni acompañarla, ni consolarla. Por fin acaba la tortura, la puerta se abre, dos enfermeras traen a mi hija desnuda, con una férula y una vía en el brazo, nunca la había visto tan desconsolada, me acerco para abrazarla con el corazón encogido, la enfermera me esquiva y tumba a la niña en la cuna, “que se esté quieta”. Mi marido dolido les pregunta qué ha pasado, porqué han tardado tanto, “tardamos lo que tenemos que tardar señor”. Levanto a mi bebé y la abrazo, “vístala”, “¿Cómo le pongo el body con esto en el brazo? ¿No podían habérselo dejado puesto?” No hay respuesta, sólo indiferencia. Podemos ver que tiene 4 o 5 heridas de aguja moradas, ya sabemos porqué tardaron tanto. Durante una hora consolamos a nuestra hija que suspira sin parar y conseguimos que se duerma, por fin. Justo entonces entra otra enfermera, enciende la luz y dice a gritos “¿Está dormida?” “Lo estaba” dice mi marido furioso. Entonces comprendo que estoy en el infierno, que tengo a mi bebé atada a la cuna del infierno, y que la pesadilla sólo acaba de empezar. Las siguientes 24 horas las cosas sólo empeoran y empeoran, hasta que, desesperados, pedimos el alta voluntaria, tuvimos que esperar 5 horas más en el infierno hasta que un médico se digna a firmar los papeles que “nos permitan” salir de allí. He aprendido algo, si mi hija se pone enferma y necesita estar hospitalizada, pierdo su custodia, mis derechos y mi libertad.

EPISODIO 2

Enero de 2008 (dos años de edad), mi hija se queja de dolor abdominal, tiene mucha fiebre, parece apendicitis, creo que lo es pero no quiero creerlo, en el centro de salud la exploran y nos envían al hospital de Avilés. Llegamos, tiene mucha fiebre y mucho dolor, la explora uno, otro, otro más, todos hacen las mismas preguntas, todos vuelven a mirar innecesariamente todas las partes del cuerpo a mi hija que indefensa se tapa los oídos y la boca cuando entra el siguiente en la escala jerárquica. Le hacen una analítica, quieren que salgamos y, ahora sí, me niego rotundamente, no hay discusión. Cuando creemos que por fin la han mirado suficientes personas, la última nos dice, “no sabemos, voy a llamar al pediatra” Pienso “¿cómo es posible que no la haya visto aún un pediatra? ¿Quiénes son todas estas personas?” Vuelve sola, “dice el pediatra que será una gastroenteritis” Nos vamos a casa. Por el camino pienso indignada qué le ocurre a nuestro sistema sanitario para que no podamos ser atendidos por un pediatra al llegar a urgencias de un hospital.

EPISODIO 3

La niña sigue igual varios días, no vomita, sólo fiebre y dolor. La pediatra nos envía de nuevo al hospital. Esperamos durante 3 horas en la sala de espera. Volvemos a empezar con el desfile de batas, preguntas y exploraciones repetidas. Piden otra analítica, discutimos de nuevo para poder acompañarla. La chica no tiene experiencia, lo veo antes de empezar y cruzo los dedos, no me acompaña la suerte, sufrimos juntas 6 pinchazos, varias venas rotas, quiero llorar pero tengo que ser fuerte para mi hija, quiero decirle a esa chica que tenga la honradez y la humildad de pedir ayuda a alguien con experiencia pero me muerdo la lengua suplicando que aquello acabe lo antes posible. Al final, sólo unas gotas que se coagulan, no tenemos resultados. Vamos a hacer una ecografía. Hay una mujer y una chica de prácticas, mi hija está histérica y desconsolada después de la sangría anterior pero no parece que eso les afecte a la hora de dar su clase, en total 30 minutos en los que la mujer le enseña a su pupila todos y cada uno de los órganos de mi hija, que llora sin parar, me voy quedando sin palabras y sin fuerzas de consuelo para ella. Al final, “no han podido ver el apéndice”, así que no sabemos nada. Llaman a cirugía, la cirujana explora a mi hija de nuevo, no sabe, no tiene pruebas, “mejor le ponemos una vía para que no se deshidrate y la dejamos aquí para repetir las pruebas mañana”. No puedo creer lo que oigo, llevo una semana sin dormir, de consulta en consulta con mi hija encogida de dolor y de fiebre, no son capaces de darme un diagnóstico y sólo se les ocurre que pasemos la noche en vela, que vuelvan a pinchar y escayolar a mi hija para ponerle un suero que no necesita (¡pero si no tiene diarrea!) y así poder repetir unas pruebas que no han sido capaces de hacer bien a la primera; sólo puedo pensar en huir de aquel infierno, otra vez no. Digo con toda la serenidad y educación de que soy capaz “Nos vamos a casa, la observaremos allí y si empeora ya volvemos”, me mira con incredulidad y desaprobación pero no discute, dice “en ese caso mejor van directamente al hospital de Oviedo porque aquí no hay cirugía infantil” Tenemos claro que no vamos a volver nunca a ese hospital. Afortunadamente al día siguiente desaparecen el dolor y la fiebre, mejora cada día, todo queda en un susto, tardan más en curar las heridas emocionales. Para curar el cuerpo en nuestro sistema sanitario tienen que herirte en el alma.

EPISODIO 4

Febrero de 2008, los mismos síntomas, todo se repite como en una pesadilla, exactamente a las mismas horas y justo un mes después revivimos con angustia e impotencia la extraña “gastroenteritis” y estamos en Londres. Decidimos confiar en que tenga la misma evolución que la vez anterior y mantenemos la calma, afortunadamente es así, todo se repite con exactitud y cada día está un poco mejor, llegamos a España y nuestra pediatra nos dice que será mejor hacerle un estudio digestivo, pedirá cita para el especialista. A la mañana siguiente 40,7 ºC, vamos al hospital de Oviedo.
Llegamos, repetimos por 3ª vez en un mes y aquí la lista jerárquica es más larga. Con paciencia, cuento toda la historia médica de mi hija a más de 15 personas que van llegando y se van sin decir nada, siempre las mismas exploraciones, siempre las mismas preguntas ¿no podrían llamar de una vez al especialista adecuado? Entre medias otra analítica, también la 3ª en un mes y volvemos a empezar con “usted salga” “no, lo siento, yo me quedo para acompañar a mi hija” Otra vez las malas caras y discusiones por hacer algo tan bonito e importante como consolar a tu hijo mientras tiene que someterse a una prueba, no lo comprendo, ¿por qué aumentar la tensión y la angustia de los pacientes? No hay forma de sacarle sangre, voy contando los intentos, ya van 9, aguanto porque sé que es importante pero no lo logran. Después de un tiempo viene un enfermero, hay que volverlo a intentar, esta vez sí, se enfrenta a mi con dureza para que salga, afirma sin reparos que “los padres molestan” y tengo que ponerme firme y decirle “yo no me voy, voy a acompañar a mi hija y si usted no quiere pincharla delante de mi entonces no la pinche”, al final cede y lo logra a la primera, menos mal, a pesar de que no me dirige la palabra, le estoy agradecida. Me relajo pensando que no ha sido así, que ha entrado, se ha presentado y ha dirigido a la niña unas palabras y una sonrisa, me ha explicado con respeto y comprensión de nuestro cansancio y nuestro dolor que necesita volver a pincharla y que lo mejor es que yo le hable despacito para que no se ponga nerviosa, todo ha sido tranquilo y lo menos desagradable posible, ¿habrá algún sitio donde las cosas sean así?
Viene una chica joven de cirugía, un remanso de paz en el infierno, se presenta, se sienta, me sonríe, “vuelva a empezar como si fuese la primera vez”, explora a la niña con dulzura, me gustaría decirle lo mucho que le agradezco que nos trate bien. Después de una larga eco, vamos a hacer un TAC. Nos explican que no podré acompañarla porque hay radiación y que si no se está completamente quieta tendrán que sedarla. Por el camino mi hija se agarra a mi mano como si le fuera la vida en ello, le voy explicando lo que va a ocurrir para que no se asuste. Al llegar nos acompaña la suerte, alguien dice “usted parece muy importante para su hija, le vamos a poner un mandil y se queda a su lado” Me quedo pensando “¿acaso hay madres que no son importantes para sus hijos?” Cojo a mi hija de las manos y le canto “al sillón de la reina” muy bajito mientras la camilla va y viene. No mueve ni un pelo. Cuando acaba me dicen “un 10 para la mamá”, y yo pienso que sólo hago mi trabajo, que eso es lo que debo hacer y que todas las madres deberían tener mi suerte y ser animadas a calmar y acompañar a sus hijos en todo momento. Desgraciadamente, la siguiente madre que entra no tiene la misma suerte que yo, deciden que ella no es importante para su hijo, el niño llora y ella dice que tiene problemas de corazón, que no debe llorar, no piden a la madre que corra a consolarle, no escuchan, le sedan, se equivocan y el niño muere. Yo estoy allí fuera, no puedo evitar el pánico, me acaba de tocar la lotería. Los días siguientes todo el mundo habla del tema, señalan a la anestesista y yo siento pena por ella, porque a pesar de haberse equivocado gravemente, creo que es una víctima más de nuestro sistema sanitario, quizá no habría tenido ninguna posibilidad de equivocarse si el personal en su conjunto, o alguien con un poco de cordura, le hubiesen dicho a esa madre y a todas las madres “usted quédese con su hijo”.

EPISODIO 5

Quedamos ingresados. Sabemos que será muy duro, mi marido aún piensa en irse a casa pero esta vez es grave, esta vez no nos queda más remedio que vivir en el infierno, y no sabemos cuánto tiempo.
En planta encontramos personas amables y flexibles pero también otras rígidas, desagradables e indiferentes a la especial situación que es un bebé o un niño enfermo. Durante la noche apenas descansamos, entran varias veces cuando ya es noche cerrada y los niños duermen, encienden la luz, hablan en voz alta y preguntan cosas que podrían esperar a luz del día. La primera noche se da un diálogo absurdo que se repite a las 12 y a las 6 de la mañana. “¿Cuánta agua bebió?” “No puede beber ni comer” “¿Cuántas veces hizo pis?” “Lleva pañal, no lo sé” “Cuantas veces le cambió el pañal” “Ninguna, está durmiendo” Mientras tanto, la niña, enferma, dolorida, cansada y despertada por enésima vez, llora sin parar y cuando se van, siempre dando un portazo, tengo que volverla a dormir, pero resulta que no puedo cogerla en brazos, porque tiene una vía, ni tampoco puedo tumbarme con ella, porque me han dicho explícitamente que está prohibido. Todo resulta extremadamente difícil, parece que estuviésemos pagando una culpa por usar un servicio público, su actitud es como si dijese “Usted se lo ha buscado, ahora se aguanta, le vamos a hacer la vida imposible”. Las siguientes noches, por supuesto, aprendo a contestar como la madre que está a mi lado y que lleva más tiempo que yo “No, no, sí, dos veces” Lo que sea para que se vayan rápido.
Hay una enfermera callada y respetuosa, es amable con la niña. Por las noches no enciende la luz, lleva una linterna, habla en voz baja, hace muy bien su trabajo, siempre deseo verla aparecer.
Una noche a las 12 aparecieron 6 enfermeras en la habitación, mientras 1 revisaba a los niños, las otras 5 se reían en el centro de la habitación, hablando en voz altísima de sus cosas. “Por favor, ¿pueden hablar bajo? Los niños están durmiendo. Son las 12” “Estamos haciendo la ronda, señora” Y se quedaron allí, riendo, mientras yo me preguntaba qué significado tendrá “hacer la ronda” de esa forma.
Por la mañana, a las 7, sin excepción, despiertan a los niños. Entran, encienden la luz, suben las persianas, dejan la puerta abierta, no saludan, no dicen nada, traen toallas para que bañes al niño inmediatamente porque pronto vendrán a cambiar las sábanas y no quieren que interrumpas sus rutinas. Una mañana, la supervisora entra, enciende la luz y comienza a reñirme por tener bolsas en el suelo. “Esto no puede estar así, tiene que venir la limpiadora y encontrarlo todo recogido” Las 3 bolsas están ordenadas, junto al pequeño armario, no molestan. Llevo 4 días viviendo con mi hija en un espacio de 4 metros cuadrados y más de 10 días sin dormir, pero antes que eso, antes que sonreír a una madre agotada y respetar el sueño de una niña enferma, por encima de todo, están las rutinas y el orden. Debería comprenderlo, pero no puedo.
Otra mañana, digo que voy a bañar a la niña por la tarde con ayuda de su padre. La tarde anterior le han quitado la vía y tengo la ilusión de poder bañarla, por fin, en la bañera. La supervisora llega de nuevo y me exige que la bañe en ese mismo momento, la niña aún duerme. Le explico, trato de ser amable pese a todo, afirma que son las normas del hospital, que estoy interfiriendo en su trabajo y que los niños tienen que estar limpios para el médico. Desesperada, le planto cara a semejante lista de argumentos sin razón, y tengo que terminar defendiéndome con la niña en brazos. Paso la mañana llorando, sin entender las supuestas normas, ni la necesidad de que nos traten con desconsideración, ni el hecho de que el bienestar del personal sanitario esté por encima del bienestar de mi hija.
La interminable lista de pruebas que le hacen son todas sin explicación, sin información, sin preguntar. Llegan de pronto, a cualquier hora, de parte de algún especialista y le hacen pruebas ¿Dónde queda el consentimiento informado? ¿La decisión responsable del paciente? ¿La oferta de alternativas?
Cada día viene un médico distinto, el que toca. No se limitan a preguntar y ver el estado de la niña, sino que cada uno da un diagnóstico distinto, y sugiere un tratamiento distinto, nos sentimos perdidos y confusos. Finalmente, un día llega uno de los médicos con actitud dictadora y prepotente y trata de cambiar el tratamiento prescrito por el cirujano que lleva el caso de mi hija. Me doy cuenta de que estamos en medio de una lucha de poderes, desconfío totalmente de este señor y exijo que sea nuestro médico el que tome esa decisión. La situación es altamente estresante, sólo sueño con huir de allí. Tengo que decir que hemos tenido mucha suerte con el médico que nos tocó. A diferencia del resto, parece preocupado, involucrado y tiene en cuenta todos los aspectos. Es un gran profesional que nos trata con respeto, es prudente a la hora de someter a la niña a pruebas o intervenciones dolorosas, y además se muestra actualizado en sus conocimientos, con la humildad suficiente para decir que lo que no sabe lo va a consultar. Su presencia ha sido un salvavidas en todo momento y le estaremos eternamente agradecidos.

EPISODIO 6

Acudimos a consulta para evaluar la posible necesidad de operar a la niña. El cirujano está en quirófano y esperamos en el área de urgencias. Nos llaman, pero conforme a “las normas” sólo puedo pasar yo con la niña. Repentinamente me dicen que desvista a la niña para el preoperatorio, allí está el cirujano que se enfrentó a mi mientras estábamos ingresadas. No puedo pensar con claridad, ¿será orden de mi médico? ¿será otra actuación “por su cuenta”? ¿una nueva lucha de poderes? El médico ni siquiera me mira, no se presenta, no explica nada. Me hace cubrir unos datos y firmar un papel pero no sé muy bien para qué. Le pregunto y me contesta “ya la llamarán”.
El electro se pone complicado, la niña no se lo esperaba y se pone muy nerviosa. Me pide hacer pis continuamente pero no puedo llevarla porque está con los cables, le acabo de quitar el pañal y me temo que se hará pis. No salen los gráficos porque llora, me hacen salir de la habitación. Desde fuera oigo como la amenazan “si lloras tu madre no vuelve”, se calla y por fin se abre la puerta, “Está claro, es mejor sin los padres, comprobado” dice con desprecio la enfermera. No contesto, voy corriendo para llevarla al baño. “¿Dónde va? Espere que le vamos a hacer una analítica” “Voy a llevarla un momento a hacer pis” “No, no” Me corta el paso. “Necesita hacer pis, se lo va a hacer encima” “Tonterías, todos los niños dicen que se mean cuando están nerviosos” No me puedo creer que tenga que discutir por algo así. Tengo que esquivar a la enfermera y salir con la niña en su contra. “¿De verdad hizo pis?” “Por supuesto”.
Para la analítica entran dos chicas muy jovencitas, después de tantos análisis ya adivino que no será fácil pero cruzo los dedos, tal vez haya suerte. Escarban en un brazo, luego en el otro, me desespero y pido que paren. “Quiero que venga alguien de planta o una enfermera con experiencia en bebés, por favor” Me miran incrédulas. Les digo que lo siento mucho pero que después de tanto sufrimiento de mi hija sólo quiero alguien que pueda acertar a la primera. Se van y vuelven más de 10 personas. Un ejército de batas que me arrincona y se cruza de brazos. “Qué pasa con usted. ¿Por qué no quiere que pinchen a la niña?” Vuelvo a explicarme con toda la tranquilidad y educación que puedo sacar de dentro, esperando que lo comprendan. Después de una larga discusión intimidatoria zanjan la cuestión con que “la pinchará quien la tenga que pinchar y usted no tiene nada que decir”. La chica del principio no quiere repetir, me hace sentir como una persona horrible que la ha traumatizado y le pido disculpas de nuevo. Otra enfermera lo intenta, por trigésima vez en la corta vida de mi hija aprieto los dientes y me encomiendo a la suerte. No hay forma. Ya han pinchado por todas partes. Se van y vuelve la enfermera del principio, la del electro y la discusión por hacer pis. Me dice de forma desagradable y autoritaria que salga. “No va a salir, ya verás”, oigo decirse unos a otros. No me puedo creer el maltrato que estoy recibiendo. Digo que no, que quiero acompañar a mi hija, que no se preocupe, que no voy a molestar, que sólo quiero estar a su lado para que esté tranquila… “Tiene que salir, son las normas del hospital” “Conozco las normas y no es cierto, al contrario, la Ley de Autonomía del Paciente y la Carta Europea de Derechos del Niño Hospitalizado dicen que mi hija tiene derecho a estar acompañada en todo momento. Serán sus normas particulares, pero no son las del hospital” “Sí son las normas, y yo delante de usted no la pincho” “Pues no la pinche, nos vamos, y dígame su nombre que voy a poner una queja” No me dice el nombre, no sé quien es esta señora ni ninguno de los allí presentes, nadie se identifica. Dice que va a llamar a un superior. Vuelve a llenarse la habitación de batas curiosas. Parece que es la novedad que una madre reclame sus derechos. Llega la chica joven de cirugía que nos atendió en otra ocasión. Se presenta, se identifica, se sienta en la camilla y me explica que quieren hacerle una intervención complicada, que es pincharle la yugular y que esta enfermera no quiere que yo esté presente. Me pregunta si estoy dispuesta a salir. Su actitud es notablemente distinta. Le digo a la enfermera que por qué no me lo ha explicado ella así desde el principio “Será que no me entendió, sí que se lo dije.” Vista la situación, decido salir. No me dejan quedarme fuera y me escoltan hasta la sala de espera. Rompo a llorar y es mi marido quien tiene que ir a buscar a la niña.
Todo el día lo paso pensando en nuestro sistema sanitario. He sido educada, correcta, me he mantenido tranquila, he explicado con paciencia cada petición, he llevado la ley de mi mano… y me han respondido con frialdad, maltrato, intimidación, desprecio, gritos y amenazas. Me siento absolutamente decepcionada e indefensa.
Por la noche, antes de dormir, mi hija me dice: “mamá, cuando no estabas, me taparon la boca con la mano para que no llorara” No puedo explicar lo que siento con palabras. Abrazo a mi hija. “Lo siento mucho cariño. No debieron hacer eso, eso está mal. Nunca más te voy a dejar sola. Nunca más.”

5.6.08

Navegador para niños

(Noticia de "El País" de hoy)
"Un abuelo crea un navegador web para su nieto autista"
Las barreras que diariamente tienen que esquivar muchos discapacitados, también están presentes en las nuevas tecnologías. Un ejemplo son los afectados de autismo, que se ven desbordados por la cantidad de información, elementos y colores presentes en los navegadores de Internet. Por eso, un informático ha creado, con asesoramiento de profesionales del tratamiento del autismo, un webBrowser específico para estos enfermos, que ha puesto a disposición de todo el mundo de forma gratuita en la Red.

Un abuelo coraje de Las Vegas, informático y con un nieto autista, se dio cuenta de que Internet podría ser una buena herramienta para la rehabilitación de su nieto de seis años. Sin embargo, lo único que consiguió fue el desánimo tras constatar que para el pequeño Zac la gran cantidad de colores, los banners y los contenidos estridentes de la Red no lo ayudaban en nada. Con sus dotes de programador, John LeSieur diseñó un navegador web específico para niños autistas, que simplifica la búsqueda de contenidos y elimina los elementos que afectan a la mente de quienes sufren esta enfermedad.
John LeSieur, programador informático afincado en Las Vegas, se dio cuenta de que él mismo podría facilitar la vida a su nieto si creaba un navegador más sencillo. Aprovechando su pequeña empresa de software llamada People CD Inc., se dio a la tarea de proyectar el navegador. LeSieur sólo buscaba ayudar a su nieto Zackary Villeneuve, que vive en Saint Remi, Quebec (Canadá), pero una vez que publicó en Internet su proyecto, muchos padres quisieron probar el ''Navegador Zac para niños autistas''.
Preguntando a pedagogos y rehabilitadores de autismo, el abuelo de Zac incorporó numerosas prestaciones a su navegador, como el bloqueo de algunas teclas y funciones del ordenador para que el niño no se distraiga con elementos secundarios, como el botón derecho del ratón o la tecla ''Imprimir pantalla''. "Algunas partes de la Red tienen mucho material extraño que puede estar distrayendo y para un niño que se comunica de forma no verbal, no habría ninguna posibilidad para que utilice esta información", señaló un investigador de la Brown University de Rhode Island Stephen Sheinkopf.
Otros elementos del navegador, como los iconos simplificados y su gran tamaño, ayudan al pequeño a acceder de forma directa a juegos, cuentos o ejercicios mentales. "Estamos tratando de evitar aquellos sitios web que sean oscuros, agresivos visualmente o muy complicados, porque todo esto tiene qué ver con su propia autoestima. Si ellos no sienten que tienen el control, se frustrarán fácilmente", asegura John LeSieur.
Una idea con futuro
El navegador Zac también puede beneficiar a los demás niños, pues el filtro que utiliza bloquea contenidos violentos, sexuales o para adultos, una de las mayores preocupaciones de los padres a la hora de dejar a sus hijos frente al ordenador. Sin ánimo de lucro, LeSieur ofrece la posibilidad de descargar el ''software'' totalmente gratis desde http://www.zacbrowser.com/.
Aunque LeSieur se informó con pedagogos y expertos en este tipo de desorden del desarrollo del cerebro para crear el navegador, éste no está todavía homologado. Sin embargo, todas las experiencias y opiniones sobre el navegador Zac son satisfactorias. "Es una muy buena idea", dijo la directora del Centro de Enseñanza e Investigación sobre el Autismo de la Pace University de Nueva York Dianne Zager.
Pero otros expertos van más allá de darle la enhorabuena a LeSieur. El jefe de la oficina de innovación del Centro de Educación Especial Heartspring de Kansas Crhis Vacek, ha asegurado que está planteándose la posibilidad de introducir el navegador Zac en el centro. Según Vacek, la máxima ventaja del navegador es que es gratuito, ya que "muchas de las tecnologías asistenciales tienen un coste superior a 5.000 dólares y sólo funcionan con dispositivos especializados". (Podeis leer la noticia online aquí)
Es bien sabido que para los niños autistas el ordenador es un instrumento muy útil, por el atractivo que la mayoría encuentran en él, con lo que este navegador puede ser un hito en el futuro. Pero además me parece interesantísimo para poder navegar con cualquier niño, ya que simplica al máximo la información y la filtra. En los colegios se utiliza internet, por lo que esta gran idea de futuro sería sin duda una herramienta fabulosa. Y además este buen señor lo ha ofrecido de forma gratuita, mi merecida gratitud para John LeSieur.
Edito esta entrada para añadir algo:
He descargado el navegador ZAC para verlo. Es muy bonito, sólo accede a portales infantiles muy específicos, y sólo en inglés. Así que probablemente sea interesante para algunas cosas en países de habla inglesa, pero tiene poca utilidad fuera y los accesos están muy restringidos. Lo que me gusta y creo que sería interesante que alguien lo desarrollase, es la idea básica de una navegador especial para niños.

4.6.08

Superdotados invisibles

¿Educamos en la diversidad? Se presume de que en el actual sistema educativo se tiene en cuenta la diversidad. Aparecen palabras como: individualización, integración, adaptaciones curriculares… pero la realidad es que sólo somos capaces de mirar hacia “abajo”.
Y es que aceptamos integrar en el aula ordinaria a los alumnos con necesidades educativas especiales que antes estaban, sin excepción, en centros especiales; aceptamos reuniones, evaluaciones y seguimientos para estos niños; aceptamos clases de apoyo, adaptaciones y refuerzos para todo el que tenga dificultades de aprendizaje; aceptamos comprender, adaptar y esperar al que no llega al nivel esperado según su edad… Nos pasamos el curso esperando por los que aún no lo saben, mientras los que ya lo saben se aburren de esperar. Podemos quizá y con muy buena voluntad cubrir las necesidades de algún niño/a que esté un poco por encima de la media, dándole alguna actividad de refuerzo, pero si las capacidades de ese niño son muy altas… preferimos no mirar tan arriba no sea que nos mareemos.

Los problemas con que se encuentran los padres de niños superdotados son enormes. Tienen que luchar contra viento y marea para que se evalúen las capacidades reales del niño, para que se reconozcan sus necesidades especiales, para que se les den pautas educativas, para que la enseñanza se adapte a su hijo/a y no al revés. Me parece que necesitamos formación en “altas capacidades” porque nadie sabe qué hacer con estos niños, cómo detectarlos, cómo ayudarles y, lo que es más grave, muchos profesionales de la educación, ni siquiera quieren reconocer que sea posible que haya al menos un 2% de alumnos superdotados. Hay muy pocos centros donde se haya detectado, respetado y atendido correctamente a los alumnos de altas capacidades, poquísimos. Si echamos una mirada veremos que en la mayoría de los colegios no hay ningún alumno diagnosticado como tal, los niños superdotados no se ven, pero no porque no existan, sino porque no se quieren ver.
La tendencia general es la de pensar que, como ya lo saben, no necesitan ayuda. Por eso digo que sólo somos capaces de esperar y ayudar al que no sabe, los demás que se las arreglen solos. Es un sistema muy injusto. No confundamos la igualdad de resultados con la igualdad de oportunidades. Si damos a todos los niños las mismas oportunidades, brindamos a todos la misma cantidad de atención y de ayuda para superarse. Todos merecen llegar al máximo de sus posibilidades, tengan las capacidades que tengan, todos merecen ayuda para explotar su potencial. Porque no olvidemos, que tener altas capacidades no significa haber llegado a la meta yo sólo, significa que puedo llegar más lejos si me dicen por dónde debo correr.

3.6.08

Las condiciones del nacimiento

"Las condiciones del nacimiento deberán convertirse en la principal preocupación de quienes se interesen por el futuro de la humanidad" (Dr. Michel Odent)

En sus numerosas publicaciones, M. Odent explica y demuestra científicamente la relación entre el momento de nacer y el desarrollo cognitivo y emocional de los niños. Como sociedad, debemos preocuparnos por mejorar cada día más la atención durante el embarazo, el parto y el posparto; porque cada nacimiento nos afecta a todos.

DAR A LUZ ES UN ACTO DE AMOR, Y COMO TAL HA DE SER TRATADO.

1.6.08

Poema para una espera

Mi amor,
si un obstáculo burocrático
me impidiera seguir hacia ti;
tu llanto,
me dará la respuesta
para seguir luchando.
Mi cielo,
si tras una puerta abierta
encontrara otra cerrada;
no temas,
tu llanto,
me impulsará a encontrar la llave correcta.
Mi vida,
si a pesar de los pesares
mil trabas intentaran decaer mi ánimo;
tu llanto,
me dará fuerzas para levantarme.
Más si el tiempo pasara
e impidiera nuestra unión por siempre,
y otra mano amiga
con más fuerza que la mía
te llevase a su hogar;
ten presente,
mi pequeño tesoro
que aquí....... Desde tan lejos
nunca olvidaré tu pena.
Porque si alguien no entiende
nuestro deseo de ser padres,
sólo sabremos que,
tu llanto,
no fue del todo escuchado.

Cole a los 3 años

Estamos en época de nuevas matrículas. Nuestro bebé, de pronto, va a empezar el cole.
Cuando llega el momento de matricular al peque en el cole de Educación Infantil por primera vez, muchos padres se preguntan si no será demasiado pronto. Hablo de los niños que nunca han estado escolarizados y van a empezar con 3 años o algo menos.
Surgen entonces muchas dudas, miedo a que lo pase mal, a que no se adapte, pero como parece que está normalizado (casi todo el mundo lo hace) allá vamos, a pesar de todo.
Llega el día en que comienza el cole, algunos van contentos, otros gritan desesperados, la mayoría un poco asustados. Los comienzos son duros para todos. Además contamos con muy poca ayuda por parte de la administración, que ha acortado el “período de adaptación” a tan sólo una semana. Resulta un atropello inexplicable, la verdad.
A pesar de todo, es fundamental que sea una experiencia agradable para los niños. Ningún niño debería ir al colegio a pasarlo mal porque, además de ser contraproducente, no tiene sentido. Los niños con 3 años son muy diferentes entre sí, algunos están necesitando el estímulo que les ofrece el cole, lo pasan realmente bien en él y les encanta. Otros aún no están preparados para la separación de su madre, necesitan aún estar un año más en casa porque no están maduros, son los niños que lloran, vomitan o lo pasan mal. Algunos niños no lloran en el colegio y, sin embargo, por la tarde se portan mal, están ariscos o tienen pesadillas. Si tu hijo/a aún esta muy inmaduro, si ves que lo pasa mal o que muestra cualquiera de estos síntomas, no te dejes llevar por la norma. No todos los niños de 3 años deben estar escolarizados. Ir al colegio durante todo un curso con importantes problemas emocionales derivados es un muy mal comienzo de su vida escolar. Demos tiempo al niño para estar preparado. No hay prisa.
Algunas personas temen que al no ir al cole su hijo se vuelva antisocial, que no aprenda a jugar con otros niños. Pero de nuevo la clave está en si esas relaciones sociales con otros niños y adultos son una necesidad real para el niño ahora o si quizá necesita más tiempo para adquirir seguridad. ¡Cada niño es diferente! Vosotros como padres sabréis lo mejor para vuestros hijos, si es un niño/a que necesita estímulos, si le encanta estar con otros niños, si demanda nuevas actividades continuamente, si está preparado para separarse de su madre durante toda la mañana (en este punto es importante dejar claro que la angustia de separación se produce casi exclusivamente con la madre, de modo que un niño que está siendo cuidado por otras personas ya ha superado este aspecto), en fin, si en casa se aburre o pasa las horas frente a la tele, pues desde luego el cole será una gran experiencia para él.
De todas formas, a esta edad cambian mucho en poco tiempo. Para decidir es mejor esperar al último momento. Por eso yo lo que haría sería matricular al niño/a y después, llegado el momento, decidir. En caso de duda siempre podéis probar un tiempo en Septiembre y continuar, o esperar un curso más, según vaya todo.
Una vez más, lo importante es el respeto a las necesidades del niño, por encima de todo.

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